domingo, 26 de febrero de 2012

La muerte en Venecia (I)


Uno de los mejores profesores que he tenido, dijo en alguna ocasión, que la historia de Venecia se había forjado entre, y gracias a, robos: el de San Marcos, el de Bizancio, y el actual.
Venecianos robando cadáveres, siempre por el bien de la ciudad.
Metiendo el cadáver al templo, anacrónico mosaico de la fachada de San Marcos (con el aspecto del templo en la Baja Edad Media).

  • La historia oficial de Venecia comienza, precisamente, con un robo que hoy puede resultarnos macabro: el del caváder del evangelista San Marcos, de Alejandría, por mercaderes dos venecianos, en el 828 d.C. (se dijo, y quizás con razón, que así se preservaban las reliquias de los musulmanes, pero bien saben ustedes de la necesidad de una reliquia importante en las edades media y moderna para poder constituirse como un núcleo capaz; hasta entonces, la Venecia del Rialto era poco más que un pueblo de pescadores en palafitos, sumamente dependiente de Aquilea, e incluso de las islas cercanas como Torcello y Murano). 

La Muerte en Torcello. O más bien, el detalle del infierno del impresionante Juicio Final musivo de la catedral de Santa María Assumpta de Torcello. Fíjense que entre las llamas arden, cristianos, moros, judíos, e incluso emperatrices bizantinas...
La fundación real de Venecia no es exactamente esta, pero también estuvo relacionada con los robos y con las muertes: la inmunda (especialmente, en tiempos de malaria) laguna véneta comenzó a poblarse en tiempos de las invasiones bárbaras, cuando la población salió despavorida de núcleos como Constanziaco o Altinum. Tan importante era tener un evangelista en un pueblucho de pescadores, que inmediatamente lo convirtieron en su nuevo patrón (olvidándose así del anterior, un tal san Teodoro, cuyo cuerpo, por cierto, robarían unos siglos más tarde, de Mesembria, en Bulgaria), imponiendo así su creciente autoridad ante Constantinopla.

Tan poco importaba el tal San Teodoro que ni los venecianos de entonces sabían si veneraban a San Teodoro  de Amasea o a San Teodoro Stratelates. Sea como sea, aquí tienen un retrato de época de los dos juntos (parte del maravilloso tríptico de Harbaville, hoy en el Louvre).
  • La importancia de Venecia, como potencia comercial, pero también militar, queda definitivamente establecida con otro robo, esta vez, el más sanguinario y célebre saqueo de tesoros y reliquias de toda la Edad Media: el saqueo de Constaninopla durante la 4ª Cruzada (1204 d.C.). Los venecianos, pujante república comercial, se embarcaron por fin en una contienda militar seria, ocupándose del transporte de las tropas cristianas desde Italia hasta Tierra Santa, pero sus intereses estaban bastante más al oeste: primero, e incluso bajo pena de excomunión multitudinaria, cayó Dalmacia, y tras un largo sitio y varios cambios políticos, lo haría Constaninopla, en un feroz saqueo del que dieron memoria tanto cronistas contemporáneos como los de los siglos sucesivos. Durante días y días, ardieron palacios e iglesias, y los venecianos se llevaron algunos de los que hoy son sus emblemas más conocidos.
Los caballos de San Marcos fueron, efectivamente, robados del hipódromo de Constantinopla. Pero no pasa nada, porque los bizantinos también los habían "robado" previamente de alguna otra parte de su imperio.
Estos, que sí son los de verdad, están hoy dentro. 
Los tetrarcas, otra obra bizantina robada. Sobre la que la gente, se sienta.
Umberto Eco, en su célebre Baudolino (una suerte de Quijote medieval y experimental que todo el mundo debería leer alguna vez), puso en boca de Nicetas Choniates, historiador real del saqueo que contó algo muy parecido, las siguientes palabras:
Por fin, al oscurecer, no osando atravesar los jardines y los espacios abiertos entre Santa Sofía y el Hipódromo, corrió hacia el templo al ver abiertas sus grandes puertas, y sin sospechar que la furia de los bárbaros habría llegado a profanar también aquel lugar.  
Pero nada más entrar, palidecía ya de horror. Aquel gran espacio estaba sembrado de cadáveres, entre los cuales caracoleaban caballeros enemigos obscenamente borrachos. Allá la patulea se dedicaba a abatir a mazazos la verja de plata de la tribuna, rebordeada de oro. El magnífico púlpito había sido atado con cuerdas para que una hilera de mulos arrastrándolo lo arrancara. Una mesnada beoda zahería imprecando a los animales, pero los cascos resbalaban en el suelo pulido, los soldados incitaban primero con la punta luego con el filo de sus espadas a las desgraciadas bestias que prorrumpían por el temor en ráfagas de heces; algunas se caían y se rompían una pata, de suerte que todo el espacio en torno al púlpito era un cieno de sangre y mierda.  
Grupos de esa vanguardia del Anticristo, se ensañaban contra los altares, Nicetas vio a unos que abrían de par en par el tabernáculo, agarraban los cálices, arrojaban al suelo las sagradas formas, hacían saltar con el puñal las piedras que adornaban la copa, se las escondían entre la ropa y tiraban el cáliz a un montón común, destinado a la fusión. Otros, antes y a carcajadas, tomaban de la silla de su caballo una bota llena, vertían el vino en el vaso sagrado y bebían de él, parodiando los gestos de un celebrante. Peor aún, en el altar mayor, ya expoliado, una prostituta medio desvestida, alterada por algún licor, bailaba descalza sobre la mesa eucarística, haciendo parodias de ritos sagrados, mientras los hombres se reían y la incitaban a que se quitara las últimas prendas; la prostituta, desnudándose poco a poco, se había puesto a bailar ante el altar la antigua y pecaminosa danza del córdax, y por último se había tirado, eructando cansada, en el sitial del Patriarca. 
Delacroix lo pintó tal que así, ya saben, a su manera.
  • Sobre la actualidad, poco hay que decir. El robo, no solamente está en sus precios; Venecia es una de las ciudades (por su morfología, sin una presencia de bandas importante como si sucede en otras zonas muy turísticas del país) con un índice de criminalidad mayor, algo por otra parte lógico, en una ciudad laberíntica de callejones pequeños, y habitualmente mal iluminados. Entre semana, fuera de la zona turística, aunque sea en la popular isla de la Giudecca, a las 10 de la noche, el silencio es total.

Sin embargo, yo no creo que sean únicamente los robos, la espina dorsal de la historia y configuración del mito de Venecia, sino su tremenda ligazón, con la Muerte, una muerte que no se presenta ni seduce por su aire macabro, sino por un tono profusamente estetizante, que la convierte así en un lugar idílico, para morir. 

Mañana, hablaremos de cómo la Muerte fue la causante, de lo más bello de Venecia.