domingo, 1 de julio de 2012

De la Tapada y la Destapada

Durante siglos, las mujeres occidentales han conseguido un progresivo destape, a la par que un cubrimiento prodigioso. Mi antigua profesora de Historia del Vestido me dijo una vez que la moda no era para cubrirse, sino para exhibirse, y no podía tener más razón.

Esta entrada trata sobre la hipocresía en cuanto al cubrimiento o descubrimiento del cuerpo de la mujer, de gobiernos progresistas que condenan el uso del burka por estar ligado a una religión que no les conviene mientras que algunos (cada vez menos) de sus jueces consideran atenuante de una violación el que ella fuera provocando.


Sea como sea, este es un asunto de doble moral, y el mayor problema solemos ser las propias mujeres. Se lo ilustraré con una conversación que, aunque histórica, nunca tuvo lugar: la Impossible Interview* entre las bailarinas Martha Graham y Sally Rand. Hoy en día sus nombres ya no están en boca de todos, por lo que debemos, al menos, explicar, que Martha Graham fue junto con Isadora Duncan la mayor renovadora de la danza de las primeras décadas del siglo XX; Sally renovó igualmente; pero hacia otra dirección: el burlesque. Sobre esta encantadora señorita, que popularizó, entre otros, el fan dance y el bubble dance, hablaremos más a fondo en otra ocasión. La página, publicada en Diciembre de 1934, es la siguiente (si no conocen a las señoritas en cuestión, probablemente no entiendan nada, así que echen un vistazo a los links de arriba):
Imagen de Miguel Covarrubias y texto de Corey Ford.

SALLY: Hola Martha, ¿todavía haces el mismo viejo streap-tease intelectual?
MARTHA: Le ruego que me perdone, señorita Rand, no creo que tengamos nada en común. 
SALLY: Olvídalo, chica, estamos en el mismo bando, ¿no? Solo un par de chicas intentando menearse. 
MARTHA: Pero mi baile es moderno – clásico – imaginativo. Si tú dejas algo a la imaginación del cliente, es porque es corto de vista. 
SALLY: Claro, voy abriendo el camino. Potencio mis mejores dones. 
MARTHA: Deberías aprender a desnudar tu alma. 
SALLY: O sea, que dices que debería mantener algo tapado, ¿no? 
MARTHA: En tus bailes, deberías tratar de interpretar… 
SALLY: Ahí es donde te equivocas. Siempre aporto mi propia interpretación. Les gusta leer entre líneas. 
MARTHA: No sé qué ven en ti. 
SALLY: Ellos tampoco lo saben. Solo que creen que lo saben. Es por esto que siempre estoy rodeada de tantos fans. 
MARTHA: Seguro que serías requerida en ciertos clubes de señoritas. 
SALLY: Y tú serías un fracaso en un baile privado, chica. De ahora en adelante, mejor nos lo repartimos. Tú te quedas a las señoritas, y yo me quedaré a los caballeros. 
MARTHA: Por supuesto.

Lo que viene a ser un "destaparse es de vulgares y taparse de intelectuales". Personalmente, no creo Martha Graham hubiera dicho alguna de esas frases, pero sirve para comprobar que la idea de gafapasta pedante y pretencioso no es precisamente nueva. Realmente, en aquellos años había poco derecho a destaparse (me sigue escandalizando leer cómo a principios de siglo en España era indecente la exhibición de una axila, o a Janet Flanner contando en 1933 que el prefecto de policía echó a Marlene Dietrich de París por ir en pantalones) y no es plenamente comparable, pero creo que esta actitud sigue estando más que presente: desnudarse, o enseñar carne, es vulgar (lo que se traduce en un "la intelectual no debe conquistar por su cuerpo, sino por su intelecto"; lo que no es más que otra demonización de la sexualidad).

Las actrices continúan justificando sus desnudos en las películas desde que pasó el boom del Destape, y siguen considerándose un producto para hombres (y lesbianas). Mucha gente critica, indignada, que en la aclamada Girls, su protagonista (y guionista y directora de la serie) salga desnuda. ¿Habría tanta queja si a Lena Dunham no le sobrara peso y le faltara pecho? Posiblemente, no: el desnudo solo resulta admisible cuando es estético. Aunque la Historia del Arte haya demostrado en repetidas veces lo contrario, con las personas de carne y hueso, con las imágenes en movimiento, aún queda mucho por decir.



Adam Driver y Lena Dunham en Girls


¿Por qué entonces era tan inadmisible Sally Rand, cuando su desnudo era, además, una mera ilusión óptica? Creo que queda claro mi revindicación del derecho a destaparse, pero como derecho que es, revindico igualmente el derecho a taparse. La ropa, o la ausencia de ella (y especialmente, hoy, que hay tantísima variedad), es una forma de expresarse además de una conveniente protección. ¿Por qué es tan terrible si con 40º me tapo de los pies a la cabeza para no quemarme (como se ha hecho, desde siempre, en los desiertos), o si de noche me destapo? Dentro de unos límites, es legal andar tan tapado o destapado como se quiera, pero esto no siempre ha sido así.

Cuando en 1766 el Marqués de Esquilache prohibió usar a la población algunas de sus prendas más habituales, como la capa larga o los sombreros de ala ancha**, porque estos no permitían identificar al portador y eso no era "seguro" (lo mismo que se dice hoy del burka y del nicab, precisamente), la población (que por otra, ya estaba bastante harte de la situación) se amotinó y consiguieron mandarle al destierro.

Pero el asunto del tapamiento y la seguridad adopta cárices bien distintos en dos figuras emblemáticas, la primera mucho menos conocida que la segunda, y ambos fueron, como siempre, un producto de la moda: la Tapada Limeña*** y el Burka.


La Tapada Limeña fue una figura paradigmática del virreinato del Perú. Supuestamente, desde los primeros tiempos de la dominación española, ya había mujeres que se cubrían totalmente el cuerpo y el rostro, con excepción de un único ojo. Así, el taparse proporcionaba anonimato, y con él, una inusitada libertad para hacer lo que quisiera (desde repartir pasquines a tener encuentros amorosos). Paradójicamente, el taparse proporcionaba igualdad (y al contrario que en el islam, no solo era opcional sino desaconsejado). La franco-peruana Flora Tristán, en 1839, lo expresaba así:
"Se debe también hacer notar cuán favorable es la indumentaria de las limeñas para secundar su inteligencia y hacerles adquirir la gran libertad y la influencia dominante de que gozan. Si alguna vez abandonaran aquel traje sin adoptar nuevas costumbres, si no reemplazaran los medios de seducción que les proporciona este disfraz por la adquisición de talentos y virtudes que tengan como objetivo la felicidad y el perfeccionamiento de los demás, (...) se puede predecir, sin vacilar, que perderán enseguida todo su imperio, caerán muy bajo y serán tan desdichadas como pueden serlo las criaturas humanas. No podrán ya entregarse a esa actividad incesante que favorece su incógnito y serán presa del tedio sin ningún medio de suplir la falta de estimación que se profesa, en general, a los seres que no son accesibles sino a los goces de los sentidos.
La saya, como he dicho, es el vestido nacional. Todas las mujeres la usan a cualquiera que sea la clase social a que pertenezcan. Se la respeta y forma parte de las costumbres del país como en Oriente lo es el velo de la musulmana. (...) Se ha establecido que cualquier mujer puede salir sola. (..) Ese vestido cambia de tal modo la persona y hasta la voz, cuyas inflexiones se alteran (la boca está cubierta) a tal punto que, salvo que esta persona tenga algo notable, como un talle muy alto o muy bajo, que sea coja o jorobada, es imposible reconocerla.
Creo que se necesitan pocos esfuerzos de imaginación para comprender las consecuencias que resultan de un estado de disfraz continuo, consagrado por el tiempo y la costumbre y sancionado o al menos tolerado por las leyes. Una limeña desayuna por la mañana con su marido con un pequeño peinador a la francesa, con los cabellos levantados, absolutamente como nuestras señoras de París. Si tiene deseo de salir se pone su saya sin corsé (la faja interior que oprime la saya es suficiente), deja caer sus cabellos, se tapa, es decir, esconde la cara con el manto y va donde quiere. Encuentra a su marido en la calle y él no la reconoce, lo intriga con su mirada, le hace gestos, lo provoca con frases, entra en gran conversación, se deja ofrecer helados, frutas, bizcochos, le da una cita, lo deja y enseguida entabla otro diálogo con un oficial que pasa. Puede llevar tan lejos como quiera esta nueva aventura sin quitarse jamás su manto.
(...) Así estas señoras van solas al teatro, a las corridas de toros, a las asambleas públicas, a los bailes, a los paseos, a las iglesias, a las visitas y son muy bien vistas en todas partes. Si encuentran algunas personas con quienes desean conversar les hablan, las dejan y son libres e independientes en medio de la multitud, aun más de lo que son los hombres con el rostro descubierto. Ese vestido tiene la inmensa ventaja de ser a la vez económico, muy limpio, cómodo, se tiene listo en cualquier momento y jamás se necesita el menor cuidado."
Pero la Tapada cubría su piel, no sus formas (que exageraba a menudo con postizos y rellenos), y en esto tiene que ver con el verdadero motivo por el cual la práctica fue censurada y condenada, infructuosamente, a lo largo de los siglos: bajo el manto y la saya podía esconderse cualquiera (una niña prepúber, una anciana picada por la viruela o, incluso, un hombre), pero sería igualmente deseada por sus formas. Y esto era lo verdaderamente inadmisible: que el deseo recayera en alguien inapropiado. Por motivos como este, gente como Alfred Diston, que en 1828 publicó Costumes of the Canary Islands, consideró el fenómeno de la Tapada como "el más indecoroso de los vestidos".

Casi todo el mundo sabe lo que es el burka (para una explicación de los diferentes sistemas de cubrición islámica, véase este gráfico), pero mucha menos gente sabe que hasta su imposición en Afganistán durante el mandato talibán, este no fue más que una moda seguida voluntoriosamente. Por ejemplo, en Irán, el velo  (que en ese caso, era chador) no fue impuesto hasta Jomeini y la Constitución islámica del 79 (pero en España, hasta la Constitución del 78, era multable que un hombre enseñase biceps por la calle).
Otra cosa es el precepto islámico de una vestimenta modesta (tanto para hombres como para mujeres) y el hiyab, la purdah****, pero por lo que entiendo del Corán (tremendamente difícil de interpretar porque no está ordenador cronológicamente) es que Mahoma dijo que:
"¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres de los creyentes, que se ciñan los velos. Ése es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean molestadas."
Es decir, que "los velos" (según muchos, una mala traducción de "chilabas") identificaban a las musulmanas como tal, para diferenciarlas de quienes no llevaban (especialmente, a las esclavas, que como tales no tenía derecho a cubrirse); de hecho, el uso de velo era una costumbre muy extendida en Oriente Próximo y Medio desde hacía muchos siglos, especialmente en zonas desérticas donde ofrecía una protección extra. El velo, que se extendió primero por los círculos del Profeta, y poco a poco, por los círculos del poder, fue considerado así un símbolo de prestigio y bonanza económica, y como tal fue imitado progresivamente por las clases más bajas, no llegando sino a una generalización varios siglos más tarde. Por otra parte, en aquella época las mujeres cristianas y judías se cubrían igualmente, especialmente las casadas, que debían llevar la cabeza cubierta según las leyes suntuarias de la mayoría de estados europeos. Incluso en la paganizante Florencia de Lorenzo el Magnífico, las viudas debían igualmente cubrir su cuello.


Muchas casadas, dos solteras y una viuda (a la derecha). Capilla Tornabuoni, de Ghirlandaio.
La introducción del burka sigue una historia parecida a la de Mahoma y "los velos". Fue el "progresista" (y asesinado por pro-británico), khan Habidullah (1901-1919) quien impuso por primera vez el burka a sus mujeres y concubinas, celoso de los deseos que pudieran sentir por ellas otros hombres; así, cubierta la familia real afgana, todas las mujeres pudientes de Agfanistán quisieron imitarlas. El burka se convirtió, en cierta medida, en una especie de palanquín extremo que las asilaba de la vista del pueblo llano y que las identificaba como de clase alta. Más tarde, los talibanes le darían la vuelta a la tortilla, y creo que el resto ya lo conocen.

Por tanto, no deja de resultarme paradójica las opinión de muchas mujeres musulmanas, que se burlan de unas occidentales esclavas de la moda y la cosmética (la misma opinión que comparten, curiosamente, muchos de los principales detractores del hiyab, fíjense), cuando fue una moda elitista sacada de contexto lo que ha hecho que muchas mujeres deban cubrirse aún sin quererlo.

¿Pero qué pasa con las que quieren cubrirse? Que el velo es un símbolo, como lo es un crucifijo o el kippa, queda claro, y que hay situaciones en las que el burka o el nicab no son convenientes (para conducir, pues dificultan la visión, o para declarar ante un juzgado en el que uno debe estar identificado), pero ¿por qué no para las demás?

Casi toda España critica que la mujer musulmana se cubra. La misma España castiza que critica el uso del pañuelo (que en España casi nunca cubre el rostro sino únicamente el cabello), defiende y ensalza la mantilla como elemento patrio; la misma España progre que se maravilla con la Rusia Soviética y sus proletarias de cabezas cubiertas y que diseña flyers emulando a Rodchenko. Posiblemente, la misma España (las mismas mujeres) que cuando tienen mala cara, o cuando no quieren que nadie las reconozca, se enfundan ropa genérica, un pañuelo en la cabeza y unas gafas de sol para salir a la calle. ¿Por qué ellas, por qué nosotras, sí tenemos derecho a taparnos?


Creo que queda clara mi creencia en que nadie (dentro de unos límites) debería ser obligado a taparse, igual que nadie debería ser obligado a destaparse sin razones de fuerza mayor. Pero igual que uno puede querer identificarse como miembro de una tribu urbana llevando unos determinados elementos (del vestido al peinado, pasando por modificaciones corporales de más difícil arrepentimiento), uno puede querer ser identificado como perteneciente a una determinada religión. La libertad que tanto se predica, consiste en eso.

Españolas (c. 1915), de Natalia Goncharova.
Predicación de San Marcos en Alejandría (detalle), Gentile Bellini (c.1505)
¿Ven ustedes mucha diferencia entre la imagen de la tradición y de la vanguardia? Yo no tanta, y espero que si han leído hasta aquí, tampoco la vean.



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* Las Impossible Interviews fueron una de las secciones más populares del Vanity Fair en sus años dorados, que contaban con la ilustración a color de Miguel Covarrubias y un texto, siempre ficticio aunque habitualmente lógico, de Corey Ford (tipo interesante al que merece la pena echar un vistazo).
** "quiero y mando que toda la gente civil... y sus domésticos y criados que no traigan librea de las que se usan, usen precisamente de capa corta (que a lo menos les falta una cuarta para llegar al suelo) o de redingot o capingot y de peluquín o de pelo propio y sombrero de tres picos, de forma que de ningún modo vayan embozados ni oculten el rostro; y por lo que toca a los menestrales y todos los demás del pueblo (que no puedan vestirse de militar), aunque usen de la capa, sea precisamente con sombrero de tres picos o montera de las permitidas al pueblo ínfimo y más pobre y mendigo, bajo de la pena por la primera vez de seis ducados o doce días de cárcel... aplicadas las penas pecuniarias por mitad a los pobres de la cárcel y ministros que hicieren la aprehensión." - Bando de 10 de marzo de 1766.
*** Lean sobre la Tapada aquí

****La purdah no queda tan lejos de los griegos y sus gineceos (o con sus griegas veladas en público), que tan democráticos y modernos nos parecían.

1 comentario:

  1. Muy interesante.
    sigue la pregunta: para que nos tapamos?
    Por un mundo sin prejuicios sobre el cuerpo... salud!

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