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El cabaret, el kabarett, tal como lo
entendemos hoy en día, surgió en Berlín en 1901, como algo
comprometido pero aún discreto, apoyado por las prácticas satíricas
de revistas gráficas de vital importancia, como el Simplicissimus.
Para escapar a la censura, estos cabarets, que eran más de corte
intelectual que erótico, se establecían como clubes privados, pero
con la República de Weimar desapareció la censura.
"La agresividad debería ser una de las leyes de la música de cabaret, la que le diferencia de la música de ópera o las sinfonías. Un cabaret que no impacte, sin espíritu guerrero, es inviable. Este es el campo de batalla en el que hay que combatir con las armas incruentas de un texto incisivo y una melodía pegadiza." - Friedrich Hollaender
En las principales
ciudades alemanas, especialmente en Berlín, comenzaron a aparecer
una gran multitud de cabarets, que mezclaban la grandeza visual del
music hall francés (El Moulin Rouge, el Folies-Bergère)
con el primitivo cabaret intelectual alemán, y añadían también
elementos del internacional y popular fenómeno del café-cantante.
La gran mayoría de los cabarets más importantes del Berlín de
entreguerras estuvieron regentados por antiguos empresarios teatrales
o compositores (como Rudolf Nelson), o bien por grandes estrellas
(como Rosa Valetti, que abrió el Megalomanía, o TrudeHesterberg, que poseía el Wilde bühne, el Escenario
salvaje).
Toda buena canción
requería tres elementos cruciales: el compositor, el letrista y el
intérprete (habitualmente, la intérprete). Algunos de los
compositores más destacados fueron Friedrich Hollaender y Mischa Spoliansky, que se valieron de letras satíricas, como las de Kurt Tucholsky y Marceluss Schiffer. La intérprete más conocida del
momento es sin duda, Marlene Dietrich, pero no fue ni mucho menos la
más famosa. La delgadísima Margo Lion cantaba las parodias de la
moda y la alta sociedad que le escribía su marido Schiffer; Claire
Waldoff representaba la cara opuesta de la moneda, de estridente
pelo y voz, rotunda figura y grandes apariciones lésbicas, que con
su talante descarado y proletario encarnaba el espíritu de las
clases bajas de Berlín.
Con una atmósfera, más
íntima, y un público (algo) más abierto, los cabarets eran los
lugares ideales para los intérpretes que cantaban en un estilo de tú
a tú, que les permitía mofarse de las creencias, hábitos y la
moral de los burgueses que se sentaban en sus mesas, a menudo
atraídos por el aspecto erótico de los shows. No cabe duda
de que la interpretación era algo crucial, pero han llegado hasta
nosotros la mayoría de los grandes éxitos del Berlín de la época,
y dado que eran canciones basadas esencialmente en la letra, podemos
conocer con mayor cercanía este aspecto novedoso, insolente y
humorístico de la que fue la banda sonora de muchos.
¿De qué hablaban estas
canciones? De lo mismo que los cuadros, las obras de teatro y la
poesía, solo que lo hacían con mayor descaro. Los temas principales
fueron las modas y fobias sociales del momento, el sexo (en todas sus
variantes imaginables), y en menor medida, la política y la
nostalgia por los tiempos pasados.
El tema predilecto fue el
sexo, que se trató desde la curiosidad graciosa al cinismo
desapegado. No es que los berlineses de la época de Weimar fueran
especialmente “decadentes”, como pretendieron los nazis, pero los
años 20 sí, fueron una década en la que algunos modos de
sexualidad previamente reprimidos podían practicarse y retratarse
más abiertamente. Los años de la posguerra fueron testigos de la
moda del striptease, que parodiaba (o quizás no) Zieh dich aus,Petronella! ("¡Quítatelo, Petronella!", 1920). Interpretada por una mujer con poca ropa, el
número podía tanto satirizar los espectáculos de striptease al
mismo tiempo que capturaba parte de su erotismo. Schiffer escribió
parodias de clichés eróticos de moda como Sex-Appeal (1930)
o la figura omnipresente de la mujer fatal (Ich bien ein Vamp!, "¡Soy una vamp!", 1932, que por cierto servía también como una crítica a las figuras de moda en el momento).
Ute Lemper hizo un maravilloso disco con todas estás canciones, con una edición en alemán original y otra excelentemente traducida al inglés.
Se ridiculizaban los
modos ostentosos del amor heterosexual, pero se mostraba una mayor
simpatía por la homosexualidad, que seguía siendo ilegal. Das lila lied ("La canción lila" 1920; les incluyo un link con una versión en inglés, esta es probablemente la canción más importante de todo el post) intentaba ser una exposición a favor de los derechos
de los homosexuales, y hacía gala de una seriedad mayor que la
ración cabaretística habitual. Maskulinum – Femininum
adoptaba una visión satírica de la masculinización de las mujeres
y la feminización de los hombres. El lesbianismo se trataba de modo
más ligero: tanto Gesetzt den Fall ("Asumiéndolo") como Wenn die beste Freundin ("Cuando la mejor amiga" 1928) hablaban de mujeres que dejan a sus hombres para estar
con la otra. Interpretada por primera vez por Margo Lion y Marlene
Dietrich en 1928, Wenn die beste Freundin se convirtió en el
himno no oficial de las lesbianas alemanas.
En ocasiones se combinaba
el sexo con la política: cuando Claire Waldoff (una lesbiana
reconocida) cantaba a voz en grito su hilarante Raus mit den Männern! ("¡Fuera con los hombres!" 1926), tomaba partido a favor de la liberación de la
mujer ,y, cuando Trude Hesteberg cantaba su apasionado deseo de un
conquistador macho (Mir ist heut so nach Tamerlan!, 1922, se escucha fatal pero la puesta en escena es impecable), no
solo parodiaba el cliché de las mujeres hambrientas de sexo
frustradas por los burgueses alemanes, sino que también ridiculizaba
a los conservadores que clamaban por la llegada de un Führer que
enderezara a Alemania.
En lugar de suspirar por
el pasado, la mayoría de los artistas de cabaret decidieron
sumergirse en el presente. Hay excepciones populares, como Abschied von der Boheme ("Adios a la Bohemia", 1919), en la que, vestido de Pierrot, Gustav von
Wangeheim deploraba el fin de la vida desenfada de la época anterior
a la Guerra. Sin embargo, Wir wollen alle weider kinder sein!
("¡Ojalá fuésemos niños otra vez!", 1921), que cantó Rosa Valetti, se burlaba precisamente de aquellos
que querían que volviera la época anterior, como si se hubiera
tratado de una niñez inocente.
Cuando apareció
realmente ese Führer del que hablaba Mir ist heut so nach
Tamerlan!, no se trató de cosa de risa, pese a que algunas
canciones de cabaret intentaron ridiculizarlo. Existe algo
inexpresablemente conmovedor, en la canción de Hollaender
Münchhausen (1931). Se trataba de una letanía de cómo
debería ser Alemania: sin películas militaristas, sin jueces
antisemitas, sin prohibición del aborto, sin una sola esvástica a
la vista. Pero como esta visión la exponía el Barón Münchhausen,
célebre cuentista, no se trataba más que de una mentirijilla.
Dieciséis meses más
tarde, Hitler era nombrado canciller y el sueño de la democracia
alemana se hizo añicos irremisiblemente. El cabaret de Weimar murió
con ella, y la mayoría de sus practicantes huyeron del estado nazi.
Pero sus canciones pueden resucitarse, no por nostalgia de un pasado
perdido, sino porque sus textos ingeniosos tratan de temas que puede
que fueran nuevos en su tiempo, pero que apenas han pasado de moda en
el nuestro.
P.D. Mi visión sobre el tema, era, y más o menos sigue siendo la de Peter Jelavich, al que en algún momento no puedo evitar parafrasear.
P.D. Mi visión sobre el tema, era, y más o menos sigue siendo la de Peter Jelavich, al que en algún momento no puedo evitar parafrasear.
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