martes, 22 de noviembre de 2011

Los Lugares del Arte en París (III): Montparnasse

La Estación de Montparnasse tras el célebre accidente ferroviario de 1895.
Al contrario de lo que hemos dicho sobre Montmarte, Montparnasse fue un ensanche obrero puramente decimonónico, de calles más amplias e inmuebles realmente baratos, convertido en arrondissement parisino en 1860. Mucho menos escarpado, Montparnasse fue un lugar de inmigración cuya población de quintuplicó en menos de 20 años, favorecida por la importantísima estación del mismo nombre, en la que llegaban los viajeros del Oeste y sur de Francia (lo que a nivel de inmigración se traducía en bretones, cuya presencia en el distrito aún es muy numerosa, americanos, que llegaron a ser más de 20.000, y españoles).


Pintura actual, vista desde la Rue de la Gaité, la calle de los teatros, mi calle favorita de París. Hoy en día,  llena de Teatros, Sex shops, librerías de viejo (especialmente de Arte) y de restaurantes exóticos y ecómicos. ¿Quién da más?
Mucho más literario que musical (Joyce, Miller, Hemingway o Faulkner, entre otros, vivieron aquí), la comunidad artísitica centró su interés en la zona tras la apertura del Cementerio Civil de Montparnasse en 1824, lo que conllevó que muchos escultores (Maillol o Bourdelle entre otros) se trasladaran a la zona. Desde principios de siglo XX, tras el encarecimiento de Montmartre, la bohemia se trasladó a esta orilla del Sena, mucho más barata y en constante ampliación, en la que la animación de producía más fuera que dentro de los locales. Los teatros y salas de espectáculos se concentraban en la elocuente Rue de la Gaitè (la calle de la Alegría), compartiendo acera con restaurantes y tascas de todas las nacionalidades además de con liberías y anticuarios. Sin embargo, es de destacar el Café la Rotonde, todavía activo, como lugar singular, en el que unos arruinados Modigliani, Foujita o Soutine pagaban con dibujos y retratos sus consumiciones. Otros como La Coupule o La Cloiserie des Lilas, invitaban a los artistas para que dieran caché al lugar. También en Montparnasse estaban las célebres academias privadas, L’Academie Ramson, y L’Academie de la Grande Chaumière.


Foto de época de La Coupule (1930's?)




Le Cloiserie des Lilas, c. 1920


Casi en los límites del distrito, más cercano a la Puerta de Versalles que a la Estación de Montparnasse, y oculto entre grandes edificios, se encuentra y se encontraba otro lugar seminal para la aparición de la Vanguardia: la Ruche (la colmena). El escultor Alfred Boucher compró en 1902 unos baratísimos terrenos, para la filantrópica misión de abrir talleres para artistas, a los que hacía pagar unos alquileres ridículos, y que no eran desahuciados si no podían pagar. En los fríos, pero regalados, talleres de la Ruche vivieron nada más y nada que Marc Chagall, Picasso, Modigliani (ambos abandonaron el Bateau-Lavoir durante la Primera Guerra Mundial), Marevna, Diego Rivera, Brancusi, Kremegne…

Hasta aquí pude ver, puesto que hoy sigue  siendo una colonia de  artistas (y uno de ellos me gritó, borracho, medio desnudo y desde el balcón, que me fuese de su calle).




Homenaje a mis amigos de Montparnasse (1918), de Marevna (Vorobieff). A ver si les identifican a todos.

Los lugares del Arte en París: Montmartre I (II)

Montmartre (“el monte del martirio”, “el monte de Marte”) era desde la Edad Media un núcleo poblado y en continua comunicación con París, pero que a pesar de su cercanía, no fue incluido como arrondissement de la ciudad hasta 1871, después de la heroica resistencia de sus habitantes durante la Comuna de París. La escarpada colina, que por ello había escapado a las feroces reformas de Haussmann (y con ello, a la consecuente revalorización y encarecimiento del suelo y los inmuebles), se constituyó entonces como un lugar céntrico de esparcimiento, incómodo para vivir pero muy barato de habitar, y durante las últimas décadas del siglo XIX proliferaron en él diversos tipos de locales de ocio, muchos todavía en funcionamiento y que han dado fama mundial a París. 

Baile en el Moulin de la Galette (1876), por Renoir
En el Moulin Rouge (c.. 1895), de Tolouse-Lautrec
Un cartel del Folies-Bergère (¿c. 1900?), el mayo espectáculo de París. Observen a la Bella Otero en el centro.

En el Montmatre de la Bohemia aparecieron locales, de corte musical, de muy diversa índole: el célebre Moulin de la Galette, antiguo y verdadero molino, se reconvirtió en un lugar de merienda y verbena campestre, donde se bebía vino de Montmartre (célebre desde la Edad Media, y aún hoy se conserva algún viñedo) y se tomaban las famosas galettes, una especie de crêpes de trigo negro; el Moulin Rouge o el Fòlies Bergère, fueron concebidos como salas de baile (con animación musical ligera proporcionada por la por la casa) en donde señoras y, especialmente, caballeros de todo tipo acudían a encanallarse, antes de ser reconvertidas en grandes teatros de revista y music hall; otros lugares, como Le Chat Noir (propiedad de Rodolphe Salis y clausurado, para desgracia de muchos, en 1897) o Le Lapin Agile (fundado por el caricaturista Andrè Gill) estuvieron mucho más cercanos al kabarett alemán y fueron mucho más representativos del espíritu Montmartrois.
Una fantasiosa vista de Le Chat Noir. Porque no pienso poner el maldito cartel de Steilen con el gato.

Le Lapin Agile sigue en el mismo sitio, y exteriormente no ha cambiado demasiado

Fundados por excéntricos intelectuales, eran concebidos como cafés-cantantes, con ocasionales espectáculos de poesía o de teatro (célebres son las marionetas de sombras chinescas del Chat Noir, hoy pueden ver muchas de ellas en el Museo D'Orsay), poblados de sátira e irreverencia, y verdadero lugar de nacimiento de la chanson francesa (desde Yvette Guilbert y Aristide Bruant a Josephine Baker y Maurice Chevalier). Podría prolongarme en este aspecto interminables posts, y de hecho, es posible que lo haga.

En este estupendo caldo de cultivo, asistimos a los primeros brotes de la vanguardia puramente del siglo XX, concentrada más fuera que dentro de los cabarets, en lo que se significaron dos edficios: el Bateau-Lavoir y la Casa Rosimond. 

El edificio se quemó en 1970 y esto es todo lo que queda del original.

El Bateau-Lavoir recibió este sobrenombre ("el barco-lavadero") por su curioso, y decadente, aspecto exterior. Era un inmueble que albergaba únicamente talleres/despachos de artistas, que para la época de las Vanguardias, ya se habían quedado bastante viejos: en aquel coincidieron en tiempo y espacio Pablo Picasso, Marie Laurencin, Max Jacob, Jacques Cocteau, Juan Gris, Amedeo Modigliani, Kees Van Dongen, Alfred Jarry… además de muchos otros. El propio Picasso describía su taller de su época azul con las siguientes palabras:
La vista trasera.
"Un lugar donde todo olía a trabajo y desorden, con un somier de cuatro patas en un rincón, una pequeña estufa de hierro, oxidada. (...) Una silla de paja, caballetes, telas de todos los tamaños, tubos de colores desperdigados por el suelo, pinceles, recipientes con aguarrás, ninguna cortina, todo ello encima de un entarimado en estado de putrefacción.”
Y desde la plaza.

Sin embargo, la Casa Rosimond, hoy reconvertida en el Museo de Montmartre, fue construida, en medio de maravillosos viñedos, como palacete privado para el más importante comediante de la corte de Luis XIV tras la muerte de Molière. En el siglo XIX, la villa había alcanzando un estado de casi abandono, y fue dividida en diversos talleres, que habitaron ni más ni menos que Rodin, Renoir, Suzanne Valadon, Utrillo, Satie, Utter, Bloy, Duffy…


El actual Museo de Montmartre, paradigma de lo que fueron las casas ricas del Butte-Montmartre

Por todo esto, no podemos considerar Montmarte como un barrio honestamente humilde, sino que su tipología de intelectual responde más bien a la del burgués encanallado, enfadado con el mundo y enamorado de su arte, que malgasta su dinero en alcohol para vergüenza y deshonra de su familia.

De este tipo de artista les hablo, que no fue el único de noble cuna.
En la próxima entrada, Montparnasse.

Los lugares del Arte en París: Introducción (I)

Estas palabras corresponden, como muchas otras veces, a un capítulo de un trabajo mío de hace un par de años, que me limito a copiar y a adaptar, donde sea necesario. Disculpen las molestias.

Calle de París en un día de lluvia (1877), por Gustave Caillebotte. Con los típicos edificios haussmannianos.


Desde el momento de la desaparición de los gremios, es prácticamente imposible contabilizar el número de artistas o artesanos profesionales residentes en una ciudad, sin que esto incluya a gran cantidad de artistas amateurs o de familias pudientes (que como ya se sabe, era una práctica bastante habitual): la aparición del tubo de óleo, en las últimas décadas del siglo XIX, y las progresivas mejoras laborales (muchas de ellas derivadas de las Leyes Ferry, de 1882) conllevaron la popularización (y posterior aceptación) del pintor amateur, del peintre de Dimanche (más tarde categorizado como naïf); por otra parte, las numerosos y sustanciosos cambios políticos producidos en Europa durante el periodo que nos atañe, conllevaron no menos exilios políticos de élites (ya fuesen económicas o intelectuales) bienpensantes que también se dedicaron, fuese como ejecutores o patrocinadores, al mundo de las artes.


El centro de París en 1900. Por supuesto, ya estaba habitada muchos más allá de lo que aquí pueden ver.


A los más de 2.750.000 habitantes que tuvo París durante gran parte del siglo XX, hay que añadir la población de los municipios limítrofes, algunos conectados con París incluso mediante las primeras líneas de metro (la estación de la Puerta de Versalles, por ejemplo, data de 1901), por lo que debemos suponer un tráfico humano diario mucho mayor (lean aquí una excelente entrada sobre el origen del metro en París).

Durante la época de la Primera Guerra Mundial, el metro de París ya era bastante parecido al de ahora.
Con las bellísimas marquesinas de Guimard, el Art Nouveau se hizo ley. Ahí pueden ver ustedes la de Abbesses.

Como bien es sabido, la vanguardia parisina se concentró en ciertos lugares, tanto por motivos económicos (que en mi humilde opinión fueron siempre los que primaron) como fueran las causas culturales y sociales. Las universalmente conocidas colinas de París, Montmartre y Montparnasse fueron las zonas elegidas por los jóvenes artistas e intelectuales, mientras que los artistas más tradicionales y/o acaudalados concentraron fuerzas en torno a la zona de la Ópera Garnier, mucho más cercana al Louvre y al centro tradicional de París, pero que décadas antes había sido también el centro de la vida moderna, albergando, en un mismo taller del Boulevard des Capucines, primero el negocio del más importante fotógrafo de París, Nadar, y poco después, el célebre Salón de los Rechazados en el que el Impresionismo vería su nacimiento.

Boulevard des Capucines, por Claude Monet

Con un gran rótulo luminoso (uno de los primeros de la historia) se anunciaba uno de los mejores y más cotizados fotógrafos del mundo, Gaspard-Felix Tournachon, mejor conocido como Nadar.
 
Ante tan breve texto, les dejo de regalo un impresionante mapa sobre los edificios de espectáculos: cafés-conciertos, music-halls, cabarets, etc. Como podrán ven, no están todos en Montmartre (más bien en el Boulevard de Clichy) ni Montparnasse. El link les conducirá a ese mapa interactivo, parte de una impresionante página-proyecto que no debería dejar a nadie indiferente.

Sobre Montmartre y Montparnasse le hablo en las próximas entregas.

martes, 8 de noviembre de 2011

Valentine de Saint Point, de futurista lujuriosa a rosa púrpura del Cairo


Nacida en Lyon en 1875 como Anna Jeanne Valentine Marianne de Glans de Cessiat-Vercell, es un caso singular. Más mujer de letras que de pinceles, es principalmente conocida por ser la primera mujer que redactó un manifiesto futurista (Manifiesto de la Mujer Futurista, 1912), así como por sus importantes contribuciones al arte y concepto de la performance: ya en 1913, con sus Métachories, propone un tipo de arte total. 

Toda una dama de la Belle Epoque.

Figura eminente de la Belle Epoque parisina, se casó varias veces. En 1900, siendo una ilustrada viuda de 24 años, se muda a París, donde se casará con Charles Dumont, futuro ministro. En 1902 abrirá un salón literario en el que confluirán Gabriele D’Annunzio, Rachilde, Natalie Clifford Barney, Auguste Rodin y Alfonse Mucha (para los que posará, casi desnuda, suscitando un gran escándalo), además de Ricciotto Canudo, a quien se unirá sentimentalmente casi de por vida luego de divorciarse de su marido. 



Gracias a la influencia y amistad de Rodin, comienza a ser tenida en cuenta en los círculos artísticos, circulando sus numerosas poesías con relativa celeridad (pondrá letras, además, a composiciones de Claude Debussy o de Maurice Ravel), introduciéndose gracias a su amante en los círculos futuristas, publicando para varias revistas; en cuanto a su obra plástica, llega a exponer en el Salon de los Independientes de 1911 a 1914. Consagrada al teatro durante estos años, escribe entre otras obras, su trilogía "El Teatro de la mujer" (1910), fuertemente crítica. 

Consciente de que algunas de las ideas del Manifiesto Futurista eran misóginas, publicó en 1912 el Manifiesto de la Mujer Futurista (click para leerlo, en español), donde aborda el tema de la lujuria como "fuerza", inherente a la mujer combatiente. Desarrollará este tema al año siguiente, con el Manifiesto futurista sobre la lujuria (hagan click para leerlo, en español), para en 1914, desentenderse completamente del movimiento: "No soy futurista ni jamás lo he sido; jamás he pertenecido a ninguna escuela"Durante 1913, año de sus Métachories, publica su obra junto a la de Apollinaire, Léger, Salmon o Kissling, y comienza a reflexionar sobre el teatro y la danza femeninas (viéndose influida tanto por la moda eminente de las danzas serpentinas de Loïe Fuller, como por las rupturas de Isadora Duncan). 





Durante la Guerra, de la que se mostró partícipe, viajó por numerosos puntos del mediterráneo, y llegó a presentar sus Métachories en Nueva York, sin mucho éxito, pero su eminente figura intelectual se desvanece de la escena parisina. Durante sus últimas décadas, vivió en Marruecos, Jerusalén, Siria y Egipto (país al que le prohibieron la entrada por considerarla una integrista islámica antioccidental), confiada también aquí al pensamiento intelectual, y a la enseñanza, pretendiendo crear una escuela panmediterránea teosofista.Ya en 1918 se había convertido al Islam, y de hecho, está enterrada en un cementerio de el Cairo como Rawhiya Nour-el-Dine ("Zelatriz de la Luz Divina").



Esto es únicamente una breve nota biográfica. Si ha suscitado su curiosidad, aquí tienen unos cuantos links (aunque poco más encontrarán en internet, ya se lo digo). 

Al fin y al cabo, ella si que fue una musa púrpura (así la llamaba D'Annunzio), una rosa púrpura del Cairo.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Elegía a María Blanchard (1932), por Federico García Lorca


"Señoras y Señores:

Yo no vengo aquí, ni como crítico ni como conocedor de la obra de María Blanchard, sino como amigo de una sombra. Amigo de una dulce sombra que no he visto nunca pero que me ha hablado a través de unas bocas y de unos paisajes por donde nunca fue nube, paso furtivo o animalito asustado en un rincón. Nadie de los que me conocen pueden sospechar esta amistad mía con María Gutiérrez Cueto, porque jamás hablé de ella, y aunque iba conociendo su vida a través de relatos originales siempre volvía los ojos al otro lado, como distraído, y cantaba un poco porque no está bien que la gente sepa que un poeta es un hombre que está siempre ¡por todas las cosas! a punto de llorar. ¿Usted conocía a María Blanchard? Cuénteme...    
Uno de los primeros cuadros que yo vi en la puerta de mi adolescencia, cuando sostenía ese dramático diálogo del bozo naciente con el espejo familiar, fue un cuadro de María. Cuatro bañistas y un fauno. La energía del color puesto con la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona. Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto de las torres. Esto lo cuenta Wedekind muy bien y toda la gran poesía lunar de Juan Ramón está llena de estas mujeres que se asoman como locas a los balcones y dan a los muchachos que se acercan a ellas una bebida amarguísima de tuétano de cicuta.

Ninfas encadenando a Sileno (1910), de Blanchard, que impresionó a Lorca.
   Cuando yo saqué mi cuartilla para apuntar el nombre de María y el nombre de su caballo me dijeron: "es jorobada". Quien ha vivido como yo y en aquella época en una ciudad tan bárbara bajo el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o son imposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al "que dirán" convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de la barba.

   Yo había pensado con la tierna imaginación adolescente que quizá María, como era artista, no se reiría de mí por tocar al piano "latazos clásicos", o por intentar poemas, no se reiría, nada más, con esa risa repugnante que muchachas y muchachos y mamás y papás sucios tenían para la pureza y el asombro poético, hasta hace unos años, en la triste España del 98.
   Pero María se cayó por la escalera y quedó con la espalda combada expuesta al chiste, expuesta al muñeco de papel colgado de un hilo, expuesta a los billetes de lotería. ¿Quién la empujó? Desde luego la empujaron; "alguien", Dios, el demonio, alguien ansioso de contemplar a través de pobres vidrios de carne la perfección de un alma hermosa.


   María Blanchard viene de una familia fantástica. El padre un caballero montañés, la madre una señora refinada; de tanta fantasía que casi era prestidigitadora. Cuando anciana iban unos niños amigos míos a hacerle compañía y ella, tendida en su lecho, sacaba uvas, peras y gorriones de debajo de la almohada. No encontraba nunca las llaves y todos los días tenía que buscarlas y las hallaba en los sitos más raros, por debajo de las camas o dentro de la boca del perro. El padre montaba a caballo y casi siempre volvía sin él, porque el caballo se había dormido y le daba lástima el despertarlo. Organizaba grandes cacerías sin escopetas y se le borraba con frecuencia el nombre de su mujer. En esta distracción y este dejar correr el agua, María Gutiérrez se iba volviendo cada vez más pequeña, una mano le tiraba de los pies y le iba hundiendo la cabeza en su cuerpo como un tubo de "Don Nicanor que toca el tambor".


   En este tiempo que corresponde a la apoteosis final de Rubén, vi yo el único retrato de María que he visto, y era una criatura triste, no sé de quién, en la que está al lado de Diego Rivera el pintor mexicano, verdadera antítesis de María, artista sensual que ahora, mientras que ella sube al cielo, él pinta de oro y besa el ombligo terrible de Plutarco Elías Calles.


   En la época en que María vive en Madrid y cobija en su casa a todo el mundo, a un ruso, a un chino, a quien llame a la puerta, presa ya de este delicado delirio místico que ha coronado con camelias frías de Zurbarán su tránsito en París.


   La lucha de María Blanchard fue dura, áspera, pinchosa, como rama de encina, y sin embargo no fue nunca una resentida, sino todo lo contrario, dulce, piadosa, y virgen.


   Aguantaba la lluvia de risa que causaba, sin querer, su cuerpo de bufón de ópera, y la risa que causaban sus primeras exposiciones, con la misma serenidad que aquel otro gran pintor, Barradas, muerto y ángel, a quien la gente rompía sus cuadros y él contestaba con un silencio recóndito de trébol o de criatura perseguida.


   Aguantaba a sus amigos con capacidad de enfermera, al ruso que hablaba de coches de oro, o contaba esmeraldas sobre la nieve, o al gigantón Diego Rivera que creía que las personas y las cosas eran arañas que venían a comerlo, y arrojaba sus botas contra las bombillas y quebraba todos los días el espejo del lavabo.


   Aguantaba a los demás y permanecía sola, sin comunicación humana, tan sola, que tuvo que buscar su patria invisible, donde corrieran sus heridas mezcladas con todo el mundo estilizado del dolor.

La Primera Comunión (1923, réplica de una obra de 1914)


   Y a medida que avanzaba el tiempo, su alma se iba purificando y sus actos adquiriendo mayor trascendencia y responsabilidad. Su pintura llevaba el mismo camino magistral, desde el cuadro famoso de "La primera comunión" hasta sus últimos niños y maternidades, pero atormentada por una moral superior daba sus cuadros por la mitad del precio que le ofrecían, y luego ella misma componía sus zapatos con una bella humildad.

Maternidad (1925)



   La vida y pasión de Cristo fue tomando luz en su vida y, como el gran Falla, buscó en ella norma, dogma y consuelo. No con beatería, sino con obras, con grave dolor, con claridad, con inteligencia. Lo más español de María Blanchard es esta busca y captura de Cristo, Dios y varón realísimo; no al modo de la fantástica Catalina de Siena que se llega a casar con el niño Jesús y en vez de anillos se cambian corazones, sino de un modo seco, tierra pura y cal viva, sin el menor asomo de ángeles o milagro. Su cintura monstruosa no ha recibido más caricia que la de ese brazo muerto y chorreando sangre fresca, recién desclavado de la cruz.

   Ese mismo brazo fue el que, lleno de amor, la empujó por la escalera para tenerla de novia y deleite suyo, y esa misma mano la ha socorrido en el terrible parto, en que la gran paloma de su alma apenas si podía salir por su boca sumida. No cuento esto para que meditéis su verdad o su mentira, pero los mitos crean al mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las olas deben la mitad de su gracia a la invención humana de la Venus.


   Querida María Blanchard: dos puntos... dos puntos, un mundo, la almohada oscurísima donde descansa tu cabeza...
 
  La lucha del ángel y el demonio estaba expresada de manera matemática en tu cuerpo. Si los niños te vieran de espaldas exclamarían: "¡la bruja, ahí va la bruja!". Si un muchacho ve tu cabeza asomada sola en una de esas diminutas ventanas de Castilla exclamaría: "¡el hada, mirad el hada!". Bruja y hada, fuiste ejemplo respetable del llanto y claridad espiritual. Todos te elogian ahora, elogian tu obra los críticos y tu vida tus amigos. Yo quiero ser galante contigo en el doble sentido de hombre y de poeta, y quisiera decir en esta pequeña elegía, algo muy antiguo, algo, como la palabra serenata, aunque naturalmente sin ironía, ni esa frase que usan los falsos nuevos de "estar de vuelta". No. Con toda sinceridad. Te he llamado jorobada constantemente y no he dicho nada de tus hermosos ojos, que se llenaban de lágrimas, con el mismo ritmo que sube el mercurio por el termómetro, ni he hablado de tus manos magistrales. Pero hablo de tu cabellera y la elogio, y digo aquí que tenías una mata de pelo tan generosa y tan bella que quería cubrir tu cuerpo, como la palmera cubrió al niño que tú amabas en la huída a Egipto. Porque eras jorobada, ¿y qué? Los hombres entienden poco las cosas y yo te digo, María Blanchard, como amigo de tu sombra, que tú tenías la mata de pelo más hermosa que ha habido en España.*"

Federico García Lorca
discurso en el Ateneo de Madrid, 1932

*En todos los retratos que he visto, tanto fotográficos como pictóricos, Blanchard llevaba el pelo corto...quizás Lorca mantuviera una imagen mucho más joven de la pintora.


Si ustedes no conocían a esta pintora, espero que el sentido texto haya despertado su curiosidad ;)


A María Blanchard, única representante verdadera del género en la Escuela Española de París.